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Babylon Berlín. Cuando los años veinte envejecen el presente

¿Cómo nos imaginamos el Berlín del año 1929? Pongámonos en contexto, el régimen político es la conocida como República de Weimar, una de las muchas democracias que desaparecería durante los turbulentos años treinta del siglo XX. Es muy posible que lo primero que se nos venga a la cabeza sobre la época sean imágenes en blanco y negro, hombres con traje y abrigos largos, mujeres con pañuelos al cuello y sombreros cloche. Calles empedradas, fachadas grises y un ambiente contaminado por el conocimiento que tenemos de lo que ocurriría poco después. Lógico, todos tenemos, gracias al cine, la narrativa o las series ese tipo de imágenes en la retina. No obstante, y aunque eso no cambie, hay algo que sorprende desde el principio de la primera temporada de Babylon Berlín, y es el tremendo desconocimiento que tenemos sobre el Berlín de aquellos años, trágicamente eclipsados por la brutalidad de la guerra, el caminar marcial de milicias y soldados nazis y la persecución política y étnica posterior. 


Todo ello oculta quizá un esplendor que no resurgiría hasta años después y que no llegaría a España hasta mucho, mucho tiempo más tarde. La serie, basada en las novelas de Volker Kutscher, nos presenta a un detective de Colonia que, con ayuda de una joven, investigan el chantaje a un alto cargo de la República en la capital. Durante los distintos capítulos los personajes se mueven por una serie de ambientes que permite mostrar aspectos tremendamente interesantes de la época. Desfilan por la pantalla un fuerte movimiento obrero poblado de socialistas y comunistas saliendo a las calles el 1 de Mayo. Agentes de los servicios secretos de Stalin. Mafias de los bajos fondos berlineses. Reuniones de excombatientes donde vemos altos mandos del ejército, las fuerzas del orden y el poder político y económico unidos. Excombatientes que, a caballo entre la indignación y rabia por la derrota en la Gran Guerra, juran venganza por sus camaradas y prometen el futuro resurgir de una nueva Alemania victoriosa y remilitarizada, mostrando un fiel reflejo del caldo de cultivo de las ideas del nazismo. 


Cabarets, teatros, y locales de fiesta que descolocan por el parecido que tienen con las actuales. Espectáculos de música, lujuria y color. Artistas, músicos y cineastas. Homosexualidad y liberación sexual aparecen en un ambiente a medio camino entre la tolerancia y la permisividad de las autoridades del momento, mostrándose frente a nosotros en un lugar que no imaginábamos, descolocándonos y haciendo que nos preguntemos por qué nos asalta de nuevo esa tremenda ingenuidad que lleva a pensar que las gentes de otras épocas no se divertían, reían, bailaban y disfrutaban de la vida a pesar de los duros contextos que les tocaba vivir. 

Para finalizar, especial interés despierta el personaje de Charlotte, la astuta protagonista que ayuda al detective Gereon Rath en su empresa, a quien vemos moverse como pez en el agua por los ambientes nocturnos que dieron al Berlín de la época esa fama de ciudad permisiva, moderna y desligada de las ataduras de la moral burguesa imperante hasta el momento (a lo que alude el título de la serie en clara relación con la desenfrenada ciudad de Babilonia que nos presenta la Biblia, recurrente tópico del moralismo cristiano), viéndose obligada a luchar cada día el pan y manteniendo aún así su idea de entrar a trabajar en la policía (no hay mujeres en Homicidios, le repiten).  El reflejo de los distintos ambientes berlineses, la trepidante música a ritmo de trompetas, la variedad de personajes, de la criada al general del ejército, pasando por el obrero idealista o el policía atormentado. Desde las mansiones más lujosas a los catres más inmundos, mostrando la corrupción en las más altas instancias policiales, políticas y militares. Todo ello hace que merezca la pena hacerle un hueco a esta serie que, en la estela de Hijos del Tercer Reich, nos muestran esa otra historia de Alemania y nos recuerdan de nuevo que no todas las buenas series nacen más allá del Atlántico.

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