¿Qué nos diferencia a los seres humanos
del resto de animales? Esta pregunta es una de las principales para muchos de los
filósofos a lo largo de la historia de la humanidad.
Cada uno respondería seguramente
cosas distintas, pero muchas de ellas tienen en común algo, surgen debido al enorme
desarrollo que en los seres humanos tuvo el cerebro. Pero, ¿cómo
llegamos a tener un cerebro como el que tenemos? Esa es la pregunta esencial y
veremos que tampoco ahí los expertos terminan de ponerse de acuerdo. Hay teorías
para todos los gustos y algunas de ellas nos llevan a un contexto similar al del
misterio del huevo y la gallina, donde no se sabe qué vino antes y acabamos por
llegar de nuevo al principio, no obstante vamos a intentar resumir las más
importantes.
Opinan los expertos que su
desarrollo, así como su crecimiento, puede venir ligado a diversos factores
como los cambios en el tipo de alimentación o la evolución de los grupos
humanos. ¿Pueden las relaciones sociales haber propiciado la evolución
cerebral? Es una de las teorías que se plantean poniéndolas en relación al crecimiento
del número de personas por grupo, por ello, al igual que otros mamíferos con
grandes relaciones grupales como delfines o monos, necesitaríamos pensar mejor,
trazar alianzas, llegar a acuerdos y engañar a nuestros semejantes (sí,
engañar, pues el engaño es utilísimo cuando el círculo de relaciones sociales
se va ampliando).
Otra de las principales teorías que
se esgrimen es la de que el cambio de alimentación fuese lo que lo propiciase. Aquí
hay dos variantes, para la primera empezaremos por dar un pequeño rodeo. Veamos,
los mamíferos que están acostumbrados a la alimentación vegetal, como por ejemplo
las vacas, necesitan estómagos poderosos porque, a pesar del ahínco que ponen
en masticar las plantas, éstas son difíciles de digerir. Esta dificultad iría
cambiando en los seres humanos desde que se aprendió la técnica del fuego. Ésta fue esencial para facilitar la digestión de la carne y las verduras ingeridas, causando
que se necesitase un órgano digestivo menos potente, y por lo tanto menos
grande. Un estómago necesita grandes energías para trabajar, a mayor tamaño por
lo tanto más gasto de energía. ¿Consecuencia? Estómagos grandes, gran gasto
energético, menos margen para el desarrollo de otros órganos. O lo que es
igual, menos estómago, menos gasto de energía, mayor margen para otras cosas ¿Por
qué hablamos entonces del estómago si este texto va del cerebro? Pues porque
gracias a este rodeo hemos llegamos a ver cómo ese margen de energía que los
estómagos dejaron de consumir quedó libre y pudo ser utilizado por otros
órganos. En este caso, como no, el cerebro.
Bonobo |
¿Todo bien hasta aquí? Continuamos.
Un cerebro más grande necesita a su vez mucha energía (no sirve solo con el
margen dejado por el decrecimiento del estómago). A sustentarlo ayudó la caza y
la ingestión de carne, que aportó proteínas a nuestro cuerpo. Pero no todos los
carnívoros tienen un cerebro de nuestras proporciones (dudo que estuviéramos
aquí de haber sido igualados por los leones en inteligencia). El problema aparece
cuando vemos que las estrategias de caza grupal están ligadas al aumento de
inteligencia, lo que nos traería de nuevo al principio. Y poco a poco nos hemos
metido en un callejón sin salida. En palabras de Juan Luis Arsuaga, paleoantropólogo y uno de los directores de las excavaciones de Atapuerca, era
necesario que nos hiciéramos carnívoros para ser inteligentes, pero necesitábamos
ser inteligentes para cazar esa carne.
Es posible que la selección natural
favoreciera a los homininos (no, no es un error sino un término culto que
engloba en una subcategoría al ser humano y todos sus ancestros) con un cerebro
más grande capaz de desenvolverse mejor en este contexto salvaje de la sabana
donde la comida se mueve muy rápido y puedes pasar de cazador a presa en apenas
un suspiro (recordemos que éramos pequeños monos sin la velocidad del guepardo,
la fuerza del león o el olfato del lobo) ¿Puede que la transición de un momento
a otro viniera dada por ser carroñeros que no necesitaban de mucha inteligencia
para cazar, y esa carne ya cazada nos diese el empujoncito para empezar a
hacerlo? Es una de las teorías, que las bandas de homínidos se aprovecharan de los
restos dejados atrás por los grandes carnívoros o incluso pelearan con otros
carroñeros como los buitres.
Por último, otras investigaciones
apuntan a un probable desarrollo cerebral de los sapiens ligado íntimamente con
el comienzo del consumo de pescado (rico en ácidos grasos, indispensables para
el buen funcionamiento del cerebro) al acercarse poco a poco a las costas, algo
que especies anteriores no hacían, quizá por miedo (aunque sí lo hacían a ríos
y lagos). Los sapiens perdieron ese miedo y esto llevó a muchas comunidades a
instalarse frente a la inmensidad de los mares. ¿Nos hizo el mar ser lo que hoy
somos, con el desarrollo cerebral logrado durante la evolución? ¿Tiene más
sentido esta teoría que el resto de las citadas? ¿Se explicaría así esa extraña sensación
que tenemos los humanos a la hora de enfrentarnos al mar? ¿Es ese miedo
reverencial que muchos le profesan un residuo ancestral anterior al
acercamiento a sus playas? Quién sabe.
Sergio Serrano
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