Somos, primero de todo y que no se nos olvide nunca,
máquinas blanditas que necesitan energía para funcionar. Nos llega, en parte, a
través de una de nuestras necesidades básicas, primer escalón en la famosa
pirámide de Maslow, la alimentación. Ésta es básica en la confraternización
entre los humanos, el dad de comer al hambriento bíblico ya viene de atrás y se
configurará en la liturgia de la eucaristía donde los fieles, teófagos
convencidos, se comen una y otra vez al dios. Pero lo vemos también en otras tradiciones
religiosas y culturales. Y es que el acto de comer y todos los sentidos que
después se le han dado derivan de la necesidad de la cooperación entre sapiens
para salir adelante, de hecho la palabra compañero viene del latín cumpanis
y significaba los que comparten el pan (actualmente la oficina).
De la variedad de dietas a lo largo y ancho del
planeta todo el mundo es consciente, fuetes, suaves, picantes… ahora podemos
probarlos con solo salir a la calle puesto que nuestra cultura occidental las ha
adoptado como una oferta más gracias a la globalización y las posibilidades de
transporte de mercancías. Pero la forma de comer no ha variado apenas y a veces
no somos conscientes de que ha habido distintas formas de hacerlo; tumbado y
con las manos como en la antigua Roma, en el suelo con palillos como en Japón,
sentado en una mesa con cuchillo y tenedor como comenzó a hacerse en la Edad
Media en Europa… Nuestra sociedad ha variado mucho los alimentos que consumimos
pero curiosamente no demasiado la forma de hacerlo.
Monje cluniacense con sed (siglo XIII) |
Las diversas costumbres culinarias dependen en gran
parte del lugar donde se ubique dicha cultura. Poco probable hubiera sido que
las patatas, tan famosas en Irlanda, se hubieran comido allí en el siglo XIII,
pues son originarias del continente americano. Algunos antropólogos
sostienen que en base a la localización geográfica de las sociedades se crean
filias y fobias de las mismas en torno a los alimentos, cuando un alimento es
escaso, como los cerdos en Oriente Próximo o las vacas en la India, se prohíben
con preceptos religiosos, en busca de un equilibrio ecológico. Influyen por
tanto los costes y beneficios de la caza o recolección de alimentos, la
conocida como teoría de la optimización del forrajeo. No obstante en ocasiones
no es tan fácil encontrar la causa de algunos tabúes como creen dichos
antropólogos, y es que a veces las culturas son más caprichosas y complejas de
lo que pensamos.
Es a partir de la revolución neolítica, comenzada en
oriente próximo en torno al 10.000 a. C. cuando se dio uno de los principales
cambios en la alimentación que más tarde, con su expansión a lo largo y ancho
del planeta, revolucionó las formas de comer, proveyendo a los sapiens de
grandes cantidades de alimentos que no solo eran suficientes para sustentar las
pequeñas comunidades, sino incluso de guardar una parte para épocas de penuria
o para intercambiarlos por otros productos. El mundo de estos pequeños
mamíferos cambió para siempre.
Cazadores-recolectores bosquimanos en la actualidad, Namibia |
Ese fue el cambio decisivo, pero durante los miles de
años siguientes se acentuaría. Los seres humanos no solo cambiamos los tipos de
alimentos por los contactos entre diversas culturas de ámbitos geográficos
distintos, sino que cambiamos los propios alimentos para que nos sirvieran más
fielmente, lo que ocurrió con los guisantes o el maíz. Ambos, una vez maduros,
debían abrirse y diseminarse por el suelo, pero esto era incómodo para los
agricultores que debían recogerlos, por lo que comenzaron a seleccionar solo
aquellos que cumplían deficientemente su función y no se abrían, provocando que
el maíz y los guisantes actuales no se abran, facilitando así su recolección. Y
no hablemos ya de las modificaciones genéticas de los alimentos actuales.
Lo cierto es que esos cambios, desde el nivel de
alimentos que somos capaces de adquirir hasta la variedad y la distancia de
donde nos llegan, contrastan con la inmutabilidad de nuestro organismo.
Nuestros cuerpos, adaptados durante cientos de miles de años a unas formas de
alimentación, sufren por tanto el cambio, paulatino, si, pero en perspectiva
muy reciente. Esto se ve sin dudas en asuntos como el llamado “gen tragón”, que
nos hace atracarnos a comida cuando podemos, provocando los graves
problemas de obesidad en las sociedades contemporáneas. Nuestro cuerpo,
reliquia de un tiempo ancestral de fuertes necesidades, mantiene aún las mismas
dinámicas que nos piden no parar cuando tenemos la posibilidad de tomar azúcar.
En otros tiempos la posibilidad de lograr algo dulce no se presentaba tan a
menudo, pues la fruta o la miel eran las principales maneras de lograrlo, por
ello cuando podíamos tomábamos todo lo posible. He aquí el antepasado del cubo
de helado de dos litros.
Campos de maíz estadounidenses |
Otro buen ejemplo es el otro complemento estrella de
la alimentación occidental, la sal. Ésta ha sido un elemento necesario en la
dieta de los humanos, durante miles y miles de años ha sido un alimento muy
preciado y difícil de conseguir si no vivías cerca del mar. Con la utilización
de la misma para conservar los alimentos se convirtió, como nos recuerda el
biólogo y geógrafo Jared Diamond, en uno de los productos más preciados de
consumo habitual del mundo, creando incluso conflictos por su posesión. Tenemos
un buen registro de ello en el nombre que damos a la recompensa que recibimos
por trabajar, el salario, derivado del pago en sal que recibían los legionarios
romanos. La carne era una de las formas de conseguir la sal en el pasado,
pero se lograban pocas cantidades. Curiosamente las personas con los mejores
riñones para aguantar tiempo sin sal, un beneficio hace miles de años, son hoy
día los que más problemas tienen para eliminar la sobreabundancia de la misma
que sufrimos y que causa la hipertensión.
Creo que, llegados a este punto, deberíamos llegar a
la conclusión de que nuestro organismo, tan eficiente para tantas cosas, en el
momento actual nos está traicionando. La ventaja se ha vuelto un inconveniente.
El mundo actual ha cambiado tanto en lo que a la alimentación se refiere
que el cuerpo en algunos aspectos es una rémora más que una ayuda. ¿Qué
ocurrirá en el futuro, cambiaremos las formas de comer o se adaptarán nuestros
órganos a los alimentos? ¿Este parón será un ancla definitiva o nuestros
cuerpos han comenzado ya a cambiar? ¿Meterá baza la selección natural, o el ser
humano, de la mano de la ciencia, logrará de alguna forma evitarnos estos
problemas? Sólo el tiempo dirá.
Sergio Serrano
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